Desde hacía mucho, el sueño de hacer un libro, de editar un libro, estaba ahí. A lo mejor nadie lo sabía, pero era real. No sabíamos cómo, no sabíamos cuándo, pero sabíamos que un día, pasaría.
De eso hace más de veinte años. Y veinte años pasaron. Pero lo hicimos.
Hace apenas tres años, en 2014 para ser exactos, por fin se instituyó oficialmente Editorial Unisan, con la única misión de crear, de editar trabajos que nos hicieran creer que el libro impreso tenía, aún en tiempos como los que vivimos, una oportunidad y un espacio. Y no sólo el libro, sino quien lo escribe y quien lo lee.
Más aún, queríamos hacer libros que no sólo llenaran el espacio visual con letritas negras en un papel, queríamos sobretodo hacer ese espacio un lienzo, que aunque se pintara con letras, fuera siempre un espacio equilibrado y armonioso, tanto en contenido como en imagen. No es sólo que se pongan textos y párrafos en un espacio determinado de 16 x 24 centímetros, había que buscar que ese texto en ese espacio y en todos los demás a lo largo del libro, hicieran todos una obra pensada como quien piensa en una escultura que se observa y se aprecia por cada uno de sus lados, que ocupa igualmente un espacio entre las manos, en una estantería o en una mesa de noche, que cerrado se viera tan atractivo como cuando se abre para ser leído, que fuera tan interesante de frente como cuando se deja sobre la mesa con la contraportada hacia arriba. Vamos, que nunca dejara de ser un libro, se viera por donde se viera.
Tal cosa no significa llenar una portada con adornos o con imágenes solo por llenarlo, significa entender lo que el libro mismo pide, lo que el autor visualiza, significa entender que la portada empezará desde ya a contar la historia que en su interior se gesta. Significa aprender que no hay dos libros iguales, aunque provengan de la misma pluma, significa que el lector, de haber logrado nuestro objetivo, lo pondrá en un lugar especial en su biblioteca y no sólo con el resto de los libros en la repisa. Significa que el libro se empezó a contar a sí mismo incluso antes de ser abierto por primera vez. Implica muchas cosas, y ninguna se puede pasar por alto.
Al final, somos quienes tienden el puente entre el autor y el lector para contar la historia que, como nosotros, un día soñó sería contada. Y cada vez que eso pasa, nos vamos a casa sabiendo que nuestro trabajo cumplió su cometido.
Así queríamos que fueran nuestros libros, así lo pensamos desde el primer día y no hemos quitado -en términos coloquiales pero muy ad hoc– el dedo del renglón.
Entonces un día, hace poco más de tres años, echamos a andar máquinas e ideas para llevar nuestros sueños a buen puerto. Trabajamos duro, mucho, no ha sido fácil, pero lo hicimos. Nos llevó tiempo, pero se recuerdan aquellos días de hacer sueños, hace más de veinte años, como si fuera ayer.
Y así, un día, hicimos libros.
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